martes, 13 de septiembre de 2011

Balcón, parte 1

Y al entrar y cerrar tras de sí la puerta de su casa le aterraron las dudas. ¿Seré capaz? ¿Vendrá? ¿Podré conseguirlo?
No paraba de preguntarse si lo que rondaba su cabeza eran solo unas hipótesis imposibles, o se convertirían finalmente en realidad. Había estado preparando ese momento durante tanto tiempo, que con sólo cerrar los ojos lo veía reflejado en sus párpados cómo si se tratase de una película reflejada en una pantalla de cine. Su casa no era grande, y en una misma estancia se unían la cocina, el dormitorio y el salón. Lo único reseñable era el pequeño balcón con vistas al mar en el que tenía una mesa y un par de sillas rodeadas de flores de todos los colores. No era la casa de sus sueños, y tampoco estaba orgullosa de la manera en que había conseguido pagarla, pero al menos podía pensar que ninguna hipoteca la llevaría a la quiebra. Había preparado su gran momento para esa noche y a medida que se acercaba la hora prevista, mientras se arreglaba se sentía más segura de lo que iba a hacer. Sonreía sentada frente al espejo pintándose los labios. Sus ojos tenían un tono azul tan intenso que cualquiera que los mirase quedaría totalmente embrujado, y sabía exactamente cómo utilizar sus armas para conseguir a cualquier hombre que le interesase. Recogió su melena en un moño mientras se miraba desnuda en el espejo. Los nervios se disipaban cuando se dirigía hacia el vestido negro que se iba a poner. Estaba absolutamente radiante, nada podría con ella esa noche; nada ni nadie.
Preparó la mesa del balcón con un par de platos y dos vasos de whisky. No puso mantel, no le haría falta, no pensaba cenar a pesar de haber colocado los platos, y puso un CD de rock para relajarse antes de que llegara su cita. Bailó mientras repasaba una y otra vez en su cabeza lo que iba a hacer unos minutos después, y esperó a que sonara el timbre. Entonces cambió de disco y puso uno de música chill out que le habían regalado, que aunque no le gustaba nada, daba un toque relajado al ambiente, y eso le vendría bien.
Entró por la puerta un hombre alto, atractivo, que tendría unos 10 años más que ella. Le saludó con un beso, y mientras cerraba la puerta se deleitó a sí misma con una mueca de asco y una sonrisa que no daría a entender ninguna buena intención.

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