viernes, 14 de octubre de 2011

Maldito portátil, parte 1

Nunca sabes lo que vas a encontrar cuando pisas la calle camino al trabajo por la mañana. A mí me acompañaban unos ojos legañosos que se abrían difícilmente, un cabello rebelde que no había tenido la amabilidad de dar “su brazo” a torcer bajo la amenaza del cepillo, y un maletín con mi ordenador portátil. Como decía, nunca sabes lo que ocurrirá cuando pones un pie fuera del portal; podrías encontrar al amor de tu vida, un billete de cien euros, que todo fuera rutinario como normalmente, ver a un enemigo de la infancia convertido en un tío gordo, calvo y desagradable, o que te roben el ordenador.
Sí, me robaron el ordenador. Vaya hijo de puta el ladrón. Intenté correr detrás de él pero se subió a un coche, le estaban esperando. Todos los datos de la empresa a la basura. ¿Qué le iba a decir al jefe? Tendría que empezar el informe en el que estaba trabajando de nuevo. Bueno, el informe y buscar la manera de recuperar todos los datos que tenía... Ahora me arrepiento de no haber guardado todo en un CD, un disco duro... En cualquier parte. Ya nada puedo hacer, así que no me queda otra que pensar en por qué justo a mi, de todas las personas en la ciudad, es a quien le roban el ordenador. Posiblemente era porque me vieron cara de sobao... Menuda cagada. Me dirigí a la oficina para explicarle todo a mi jefe, el cual resultó bastante más comprensivo de lo que esperaba, supongo que tendría un buen día, y aprovechando que estaba de buen humor le pedí que me dejara libres un par de horas para ir a denunciar el robo a comisaría.
Cuando llegué, sentado en una mesa había un poli gordo de esos que parece que se haya comido una caja entera de donuts él solo para almorzar. Se ve que en los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado ya no prima la forma física. Me acerqué a él y le pregunté que dónde tenía que ir para denunciar un robo. Tan amable como delgado era, me contestó que él era el encargado de esos casos pero que por el momento estaba muy ocupado, que me sentase a esperar que pudiera atenderme. Intenté convencerle de que sería un segundo y que tenía prisa por volver al trabajo pero el muy tocino me ignoró, y me instó a sentarme en una diminuta sala de espera rodeado de gente con unas pintas muy raras. Había una chica de veintimuchos vestida con una minifalda, un top lleno de lentejuelas y unas botas que le llegaban por encima de las rodillas con unos tacones enormes, por cierto. Era guapa, pero llevaba demasiado maquillaje. Parecía una... Oh... Vale... Esto... Bueno, también había una señora de mediana edad con cara de pocos amigos a la que por lo que pude escuchar habían llamado para ir a buscar a su hijo que estaba en el calabozo, y un hombre anciano que afirmaba fervientemente que su vecina del primero le había robado la dentadura postiza cuando subió a por sal. Ya ves tú que disparate, ¿para qué querría la dentadura una tía de 40 años? ¿Para venderla en el mercado negro? Como le gusta a la gente mayor tocar los cojones, seguramente la había dejado en la cocina o en el cuarto de baño y ni se había dignado a buscarla como es debido.
A todo esto, la sala en la que estábamos era un señor cuchitril. Cinco sillas de lo más incómodo que te podrías echar a la cara y una mesa de café que sólo servía para apoyar los pies, porque no había ni una sola revista para amenizar la espera en plan consulta del dentista cuando vas a hacerte una endodoncia. Así que me puse a jugar al tetris en mi móvil pero no fue un pasatiempo muy duradero... Porque se me acabó la batería a los dos minutos ¡Maldita sea! No era mi día... Por suerte me avisaron en seguida de que el poli rollizo me atendería.

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