miércoles, 19 de octubre de 2011

Maldito portátil, parte 2

Al acercarme a su mesa me recibió con un seco “siéntese”, a lo que obedecí con un educadísimo “buenos días”, a ver si se le pegaba algo. Pero parece ser que el tipo era así de nacimiento. Tan seco por dentro y tan gordo por fuera, vaya paradojas de la vida. Le conté lo del robo de pe a pa mientras tomaba notas esporádicas y asentía con desgana. Aunque la verdad es que dudo que estuviera escribiendo lo que yo le decía, porque en los momentos en los que tocaba el teclado era en los que yo más detalles innecesarios daba. Lo único que me dijo el muy simpático es que intentarían encontrarlo, pero eso casi nunca ocurría. Vaya consuelo, seguro que ni lo buscaban. La cosa es que el poli gordo me sonaba... Pero pasé de preguntar, llevaba prisa.

Cogí el primer taxi que encontré para volver a la empresa. Mi trabajo era una de las cosas de las que más orgulloso estaba en mi vida. Era jefe de ventas de una prestigiosa internacional que exportaba fabada y otros tantos productos típicos españoles a todo el mundo. Me pasaba la vida de viaje, firmando contratos aquí y allá. Me encantaba mi trabajo.
Nada más entrar por la puerta, Alfonsina (que era la recepcionista) me dijo que el jefe quería verme, y pensé que querría preguntarme por la denuncia del robo.
Subí hasta su oficina confiado de que seguiría de tan buen humor como hacía un par de horas. Pero no fue así. Me preguntó que dónde había ido, que me había estado esperando para presentarme a alguien, supuse que un nuevo becario. Le recordé toda la historia y el tío se hizo el loco. ¿Entonces quién me había dado permiso para irme? ¿Su hermano gemelo malvado? ¿Él mismo estando borracho? Misterios inexplicables. Intenté que mi jefe, el “señor” Miedes (lo digo con esta entonación despectiva, porque de señor no tenía nada), recordara lo acontecido dos horas antes de todas las formas posibles, pero no hubo manera. Después de veinte minutos de charla estúpida me presentó a una tal Arantxa Montesinos, una mujer encantadora. Sí. Era la nueva jefa de ventas. No era posible, ¡ese había sido mi puesto desde hacía cinco años! ¡No me podían echar sin más! Intenté hacer entender a mi jefe que yo no había hecho nada para merecer ese despido, y la única excusa que me dio es que “la señorita Montesinos es licenciada en administración y dirección de empresas, y tiene dos másters”. Fui a recoger las cosas de mi despacho, no sin antes dedicarle un “vete a tomar por culo Miedes, cabrón”, con todo el amor del mundo.
Puso una cara rarísima y me echó a gritos de su despacho, pero eso sí, me quedé como Dios.

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