A medida que ando por la
calle me cruzo con muchas otras como yo. Podemos vernos, aunque los
humanos no lo sepan, llegamos a tener nuestras propias conocidas a
las que saludamos al pasar, e incluso podemos tocarnos de una manera
mucho más íntima de lo que las personas imaginan, llegando mucho
más lejos al unirnos de lo que ellos jamás podrían soñar. Pero a
pesar de esto, tenemos una relación tan estrecha con los hombres que
apenas nos relacionamos entre nosotras intentando hacerles felices a
ellos en sus deseos más profundos, intentando cuidarles de sus
miedos, protegiendoles de todo aquello que piensan que puede
dañarles, aunque nosotras sepamos que ese daño no existe. Lo único
que intentamos es que su interior les asuste lo menos posible.
Existimos en una
dimensión paralela a la humana, de hecho se podría hasta decir que
existimos dentro de ellos, a pesar de que no es tan sencillo como
eso. Aún así, eso es lo que los humanos piensan, que somos parte de
ellos, como si pudiesen poseernos como poseen sus riñones, su
hígado, sus pies... No obstante a veces nos sentimos como sus
esclavos, ya que los momentos en los que nos podemos alejar de sus
cuerpos son tan pocos que muchos de nosotros tardan milenios en saber
qué es unirse a otro de los nuestros, qué se siente al fundirse de
nuevo en una sola esencia, que es algo que sólo podemos hacer cuando
los propios humanos se funden en uno sólo. Durante la vida de un
humano no muchos tienen la suerte de poder encontrar a su Ardha, ya
que necesitamos que nuestro humano se una a su humano portador, y
esto puede resultar extremadamente complicado, hay una posibilidad
entre millones que esto ocurra, pero en el momento en que lo hace los
portadores de las dos Ardha saben que estarán juntos siempre, de una
manera u otra, que su amor no es uno cualquiera. Las Ardha saben que
acabarán uniéndose, su eternidad lo garantiza, y el surgir de una
misma fuente asegura que su lazo no se quebrantará pase lo que pase.
Puede que sus portadores malgasten su vida sin encontrar a la otra, o
que simplemente caigan en lugares remotos, pero aunque pasen siglos
sin poder fundirse se acabarán encontrando. Es tan intenso el
momento en el que nos unimos... Dos Ardha juntas pueden hacer que
nazca una nueva estrella, que florezca un bosque entero, que nazca
una nueva vida sea del tipo que sea.
Pero aunque es ésta una
parte interesante de nosotros, seguiré relatando cómo nos imaginan
los humanos. Muchos de ellos dicen que tenemos colores ¡Vaya una
chorrada!, ¿no? Claro, ahora somos gusiluces, o camaleones,
cambiando de color para camuflarnos en sus cuerpos. Que estupidez,
estos humanos... Muchos piensan que somos lo que les hace sentir,
pero somos mucho más que eso. El hecho por el que estamos atados a
ellos durante su corta existencia es primordialmente asegurar nuestra
propia supervivencia a lo largo del paso de los siglos. De hecho, si
no estuviésemos a su lado, alimentándonos de sus sueños, de sus
miedos, seríamos una energía más, sin otro cometido que flotar en
el universo. Podríamos decir que nosotros mantenemos vivos a los
humanos, pero a su vez ellos nos mantienen “vivos” a nosotros.
Un humano no sabe
realmente que existimos hasta que muere, puede intuirlo, puede creer
o no las leyendas y los cuentos de la gente, pero no descubre la
verdad hasta el momento en el que fallece, cuando ve a la que le
acompaña, que le recibe con una cálida sonrisa, un abrazo y unas
palabras de aliento, de fuerza para que continúe adelante.
Estoy segura de que
querréis saber cómo somos asignados a los humanos. En realidad no
se nos asigna, no hay ninguna “fuerza superior” que rija las
normas entre nosotras, simplemente somos transportados a otro lugar.
Para un humano el proceso sería como lanzarse por un tobogán
larguísimo. Me explico: cuando nuestro humano portador fallece somos
arrastrados hasta otro, uno que acaba de nacer. Solamente tenemos
unos minutos en los que podemos estar sin humano, pero no suele
llevarnos más de 10 segundos encontrar uno nuevo que acaba de llegar
a su mundo y no tiene asignada a ninguna de nosotras. Normalmente
influimos bastante en la personalidad del humano al que acompañamos,
cada una de nosotras aporta unas sensaciones distintas a cada humano,
aunque supongo que por mi no-descripción de mi especie estaréis
pensando que somos todas iguales.
Para nada, nuestras
naturalezas pueden ser absolutamente iguales, como las de las Ardha
que nacen de una misma fuente, o completamente distintas e incluso
opuestas. A esto último le llamamos Vibhinna, cuando dos de nosotras
somos incompatibles. Es gracioso encontrarse con tu Vibhinna, los
portadores suelen sentir un odio instantáneo hacia el otro, una
rivalidad insalvable, y es que nada en el universo conseguirá
reconciliar a dos Vibhinna. Pero es normal que existan diferencias
entre nosotras, como todos ya sabemos el universo se rige por
energías, necesita haber un yin que contrarreste un yang, un alto
que se oponga a un bajo, un malo que quiera acabar con un bueno, y en
nuestra dimensión no iba a ser menos, pero no podemos dejarnos
llevar por nuestra naturaleza, ya que lo que de verdad nos guía y
nos debe importar es ayudar a nuestros portadores, hacerles
realizarse y conseguir que lleven a cabo sus sueños.
Pero no siempre es
posible, si los humanos no quieren dejarse guiar no hay nada que
hacer, sólo nos queda acompañarles en sus decisiones, a pesar de
que sepamos que lo que hacen no es correcto.
No me gustaría terminar
este relato sin describirnos “físicamente”. Somos seres etéreos,
sin una forma concreta. Nos adaptamos a los espacios en los que nos
movemos, no tenemos ningún rasgo distintivo en lo que a nuestra
imagen se refiere. Pero cada una de nosotras surge de una fuente
distinta, como ya he dicho antes, y eso nos es más que suficiente
para poder reconocernos. No somos seres mágicos, no somos sombras,
somos energía.
Todo esto es lo que
implica ser aquello que algunos llaman las psijés, otros por su parte lo denominan animae, pero a nosotros nos gusta llamarnos simplemente almas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario