miércoles, 9 de noviembre de 2011

Imaginación

Para mi la imaginación va mucho más allá de las imágenes esporádicas que a uno le puedan surgir en su mente. Imaginar es pensar que el sueño más imposible es tangible, es estar a punto de rozar con los dedos una realidad que sólo tú ves, es oler el delicioso banquete que pasea por tu pensamiento, es saborear el beso de tu amante una vez más aunque esté en la otra punta del mundo. La imaginación es un universo paralelo propio de cada persona. No hay dos iguales ni siquiera aunque dos seres sostengan las mismas creencias, ni aunque compartan una vida casi idéntica, e incluso serían totalmente distintas las imaginaciones de dos hermanos gemelos.

Dentro de la mía se entrecruzan pensamientos muy diversos. Imágenes a veces confusas, otras nítidas y cristalinas como el agua del lago más azul del universo. En ocasiones el estado de ánimo o los sentimientos con los que me despierto condicionan a mi indefensa imaginación. Otras veces ella vence al tedio en horas que nunca parecen terminar.

Pero así es, tan fuerte y tan débil en otros momentos que no siempre puedo confiar en ella. Casi siempre que salgo a su encuentro se esconde de mi, y aparece de repente cuando menos lo espero, de vez en cuando sobresaltándome con su pícara risa. Sí, mi imaginación ríe, me gustaría que la pudieseis escuchar.

Así que debo estar alerta, siempre papel en mano por si mi perezosa amiga despierta y con su incesante verborrea llena mi cabeza de proyectos, algunos interminables, otros tiernos, muchos de ellos inconfesables. Hoy parece que quería darse a conocer a ella misma. Así pues, os la presento, espero que de ahora en adelante nuestras imaginaciones sean buenas amigas.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Hk

'Cause maybe someday we'll just leave,
and disappear without telling.
Then the world will stop to breathe
the cold nothing in the wind.

jueves, 20 de octubre de 2011

Maldito portátil, parte 3

Tras despedirme de los compañeros y de Alfonsina me dirigí hacia mi casa. De camino dos muchachas me pararon para preguntarme si me podían leer un pasaje de la Biblia. Les dije que no tenía tiempo, pero aún así siguieron insistiendo y fueron detrás de mi un par de calles hasta que les comenté con toda la amabilidad de la que disponía en ese momento que me dejasen en paz, que también era algo muy bíblico.
Estaba tan frustrado que cuando subí a mi piso lancé contra la pared la caja de los objetos que me habían acompañado durante mis estancias en la oficina y se desparramó todo por el salón. Vivía solo y no esperaba visitas, así que me importaba bien poco si todo se quedaba ahí tirado. Pero a los 5 minutos de maldecir a mi jefe, al policía obeso y al maldito ladrón llamaron al timbre. Cerré la puerta que comunicaba la entrada con el salón para que no se viera el desastre y abrí. Era una mujer de unos 35 años. No era excesivamente guapa, pero tenía un brillo especial en sus ojos, algo que hacía que pareciese la persona más agradable del mundo. Con una sonrisa me preguntó si yo era el señor Fernández, a lo que contesté que sí, que qué se le ofrecía. Preguntó también si podía pasar, a lo que me negué por completo, una dama no podía entrar a mi casa a ver el desastre que se había formado, así que nos quedamos hablando en la puerta. Me dijo que ella era Sandra Clos, que trabajaba para la aseguradora en la que estaba inscrito mi tío Octavio y que venía a hablar conmigo de la indemnización por la muerte de este. Me quedé a cuadros, ¿mi tío Octavio había muerto? ¿Cuándo? ¿Y la indemnización estaba a mi nombre? No podía creérmelo, demasiadas cosas en tan poco tiempo. Seguimos hablando y me contó la historia de mi tío. Estaba pescando en el lago que hay cerca de su casa cuando se puso a llover. Intentó regresar a la orilla, pero no le dio tiempo y le cayó un rayo encima. Que trágico, que irreal, ¿no? Pues sí, eso pasó. Después de explicarme todas las formalidades y que yo era el único beneficiario de su póliza, me comentó lo que me tocaba por la indemnización. Una pasta. Joder, es que ya ni me acordaba de que me habían echado del trabajo... Con eso podría vivir toda la vida. Increíble. La invité a tomar algo como agradecimiento por haberme tratado tan bien, y aceptó. Bajamos al bar y tomamos un par de cervezas mientras hablábamos un poco de todo. Cada vez me gustaba más, no sé qué tenía, pero era flipante. Esa voz tan dulce y su imborrable sonrisa. Que gusto daba hablar con ella, hacía tiempo que no conocía a alguien tan agradable.
Cuando se despidió de mi me lancé a besarla, porque sentía que la conocía desde hace meses, cuando en realidad hacía hora y media que había aparecido por mi puerta. Ella se echó hacia atrás y me rechazó, dijo que tenía novio. Vaya chasco, la única tía normal que se había pasado por mi vida en varios meses y resulta que está comprometida. Claramente, no era mi día. Pero bueno, la indemnización por la muerte de mi tío (aunque fuera un asunto realmente triste...) compensaba bastante lo del trabajo, lo del robo, lo de Sandra, todo.

Tres o cuatro días después Sandra volvió a mi casa, y me dijo si podía pasar.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Maldito portátil, parte 2

Al acercarme a su mesa me recibió con un seco “siéntese”, a lo que obedecí con un educadísimo “buenos días”, a ver si se le pegaba algo. Pero parece ser que el tipo era así de nacimiento. Tan seco por dentro y tan gordo por fuera, vaya paradojas de la vida. Le conté lo del robo de pe a pa mientras tomaba notas esporádicas y asentía con desgana. Aunque la verdad es que dudo que estuviera escribiendo lo que yo le decía, porque en los momentos en los que tocaba el teclado era en los que yo más detalles innecesarios daba. Lo único que me dijo el muy simpático es que intentarían encontrarlo, pero eso casi nunca ocurría. Vaya consuelo, seguro que ni lo buscaban. La cosa es que el poli gordo me sonaba... Pero pasé de preguntar, llevaba prisa.

Cogí el primer taxi que encontré para volver a la empresa. Mi trabajo era una de las cosas de las que más orgulloso estaba en mi vida. Era jefe de ventas de una prestigiosa internacional que exportaba fabada y otros tantos productos típicos españoles a todo el mundo. Me pasaba la vida de viaje, firmando contratos aquí y allá. Me encantaba mi trabajo.
Nada más entrar por la puerta, Alfonsina (que era la recepcionista) me dijo que el jefe quería verme, y pensé que querría preguntarme por la denuncia del robo.
Subí hasta su oficina confiado de que seguiría de tan buen humor como hacía un par de horas. Pero no fue así. Me preguntó que dónde había ido, que me había estado esperando para presentarme a alguien, supuse que un nuevo becario. Le recordé toda la historia y el tío se hizo el loco. ¿Entonces quién me había dado permiso para irme? ¿Su hermano gemelo malvado? ¿Él mismo estando borracho? Misterios inexplicables. Intenté que mi jefe, el “señor” Miedes (lo digo con esta entonación despectiva, porque de señor no tenía nada), recordara lo acontecido dos horas antes de todas las formas posibles, pero no hubo manera. Después de veinte minutos de charla estúpida me presentó a una tal Arantxa Montesinos, una mujer encantadora. Sí. Era la nueva jefa de ventas. No era posible, ¡ese había sido mi puesto desde hacía cinco años! ¡No me podían echar sin más! Intenté hacer entender a mi jefe que yo no había hecho nada para merecer ese despido, y la única excusa que me dio es que “la señorita Montesinos es licenciada en administración y dirección de empresas, y tiene dos másters”. Fui a recoger las cosas de mi despacho, no sin antes dedicarle un “vete a tomar por culo Miedes, cabrón”, con todo el amor del mundo.
Puso una cara rarísima y me echó a gritos de su despacho, pero eso sí, me quedé como Dios.

viernes, 14 de octubre de 2011

Maldito portátil, parte 1

Nunca sabes lo que vas a encontrar cuando pisas la calle camino al trabajo por la mañana. A mí me acompañaban unos ojos legañosos que se abrían difícilmente, un cabello rebelde que no había tenido la amabilidad de dar “su brazo” a torcer bajo la amenaza del cepillo, y un maletín con mi ordenador portátil. Como decía, nunca sabes lo que ocurrirá cuando pones un pie fuera del portal; podrías encontrar al amor de tu vida, un billete de cien euros, que todo fuera rutinario como normalmente, ver a un enemigo de la infancia convertido en un tío gordo, calvo y desagradable, o que te roben el ordenador.
Sí, me robaron el ordenador. Vaya hijo de puta el ladrón. Intenté correr detrás de él pero se subió a un coche, le estaban esperando. Todos los datos de la empresa a la basura. ¿Qué le iba a decir al jefe? Tendría que empezar el informe en el que estaba trabajando de nuevo. Bueno, el informe y buscar la manera de recuperar todos los datos que tenía... Ahora me arrepiento de no haber guardado todo en un CD, un disco duro... En cualquier parte. Ya nada puedo hacer, así que no me queda otra que pensar en por qué justo a mi, de todas las personas en la ciudad, es a quien le roban el ordenador. Posiblemente era porque me vieron cara de sobao... Menuda cagada. Me dirigí a la oficina para explicarle todo a mi jefe, el cual resultó bastante más comprensivo de lo que esperaba, supongo que tendría un buen día, y aprovechando que estaba de buen humor le pedí que me dejara libres un par de horas para ir a denunciar el robo a comisaría.
Cuando llegué, sentado en una mesa había un poli gordo de esos que parece que se haya comido una caja entera de donuts él solo para almorzar. Se ve que en los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado ya no prima la forma física. Me acerqué a él y le pregunté que dónde tenía que ir para denunciar un robo. Tan amable como delgado era, me contestó que él era el encargado de esos casos pero que por el momento estaba muy ocupado, que me sentase a esperar que pudiera atenderme. Intenté convencerle de que sería un segundo y que tenía prisa por volver al trabajo pero el muy tocino me ignoró, y me instó a sentarme en una diminuta sala de espera rodeado de gente con unas pintas muy raras. Había una chica de veintimuchos vestida con una minifalda, un top lleno de lentejuelas y unas botas que le llegaban por encima de las rodillas con unos tacones enormes, por cierto. Era guapa, pero llevaba demasiado maquillaje. Parecía una... Oh... Vale... Esto... Bueno, también había una señora de mediana edad con cara de pocos amigos a la que por lo que pude escuchar habían llamado para ir a buscar a su hijo que estaba en el calabozo, y un hombre anciano que afirmaba fervientemente que su vecina del primero le había robado la dentadura postiza cuando subió a por sal. Ya ves tú que disparate, ¿para qué querría la dentadura una tía de 40 años? ¿Para venderla en el mercado negro? Como le gusta a la gente mayor tocar los cojones, seguramente la había dejado en la cocina o en el cuarto de baño y ni se había dignado a buscarla como es debido.
A todo esto, la sala en la que estábamos era un señor cuchitril. Cinco sillas de lo más incómodo que te podrías echar a la cara y una mesa de café que sólo servía para apoyar los pies, porque no había ni una sola revista para amenizar la espera en plan consulta del dentista cuando vas a hacerte una endodoncia. Así que me puse a jugar al tetris en mi móvil pero no fue un pasatiempo muy duradero... Porque se me acabó la batería a los dos minutos ¡Maldita sea! No era mi día... Por suerte me avisaron en seguida de que el poli rollizo me atendería.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Salto al vacío

Miré hacia el suelo y me asusté. La distancia era terriblemente exagerada, tenía tanto miedo... Miraba las alas y me preguntaba que cómo podrían aguantar tanto peso, soportar ese lastre en el aire no era una tarea fácil, pero si tantos otros lo han aguantado ¿por qué iba a ser distinto en esta ocasión?

Vi pasar a otro en la distancia, parecía tan ligero, incluso daba la impresión de que lo pasara bien, pero yo no estaba segura de lo que iba a hacer. Llevaba mucho tiempo pensando en que tarde o temprano tendría que volar, pero había llegado antes de lo que creía. El tiempo había pasado muy deprisa y necesitaba un poco de fuerza o de ánimo, algo que me hiciera sentirme segura para dar el último paso, el que me llevara hacia el borde del precipicio y me ayudase a levantarme en el momento de caer.

Aunque el riesgo de estrellarme estaba ahí en una proporción del cincuenta por ciento, me armé de valor y salté. No me acompañaba nadie, no esperaba tener que hacerlo sola, pero los demás se habían ido ya y sólo quedaba yo por salir. Sentí que no les importaba, porque sabían el miedo que tenía y aún así me dejaron la última. Me daba igual, no les vería más, podía conocer a muchos otros, irme muy lejos.

Tenía libertad para hacer lo que quisiera. Y sin darme cuenta, pensando en todo esto, estaba volando. Pero en el momento en el que fui consciente de ello me asusté y empecé a caer en picado. Mis alas no reaccionaban, era como si me hubiese quedado paralizada y en pocos segundos choqué contra el suelo. Tengo miedo... Y duele mucho. No sé si podré volver a mi nido, pero tampoco tengo ganas de intentarlo. Me quedaré aquí un rato, a ver si se acaban el temor y el frío que recorre cada una de mis plumas.
Quizás entonces me decida a intentarlo otra vez.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Balcón, parte 5

-Por favor… Déjame…
-¿Quieres decir tus últimas palabras antes de morir? Mmm… En el pecho, directo al corazón. No sé… No me convence, ¿dónde dispararías tú?
-¡ESTÁS LOCA! DÉJAME IRME, ¡AYUDA!, POR FAVOR, ¡QUIERE MATARME!
-No grites cielo, no te va a servir de nada. Creo que ya lo tengo decidido… En los sesos. Asqueroso, pero rápido. ¿Me das un besito de despedida?
-¡Vete a la mierda, puta! ¡Te cogerán! ¡No sabes a quien vas a matar!
-Sí, sí lo sé, y me encanta. Adiós tesoro, gracias por el polvo, ha sido divertido. Los detalles improvisados del plan son los mejores.
-Eres una zorra.
-Eso dicen todos, tendré que ponerlo en mi tarjeta de visita.
BANG!! (silencio) BANG BANG!
-Más vale prevenir que curar… Igual uno sólo no era suficiente. ¿Cómo limpio ahora este desastre? En fin, ¿dónde tengo el móvil? A ver…
-¿Dígame?
-Soy yo, ya he terminado el trabajo.
-De acuerdo, ven cuanto antes a cobrar. ¿Qué vas a hacer con él?
-Que ¿qué voy a hacer yo con él? No jodas, ven aquí y llévatelo. Manda a alguien, paso de tener un muerto en mi casa.
-De acuerdo, en una hora tienes allí a dos amigos míos.
-Ok. Ya te llamaré para ir a verte. Hasta luego.
Miró el cuerpo con asco, y volvió a aparecer en su cara la misma sonrisa socarrona de la noche anterior. No sabía cómo se sentiría después de haber acabado con él, pero ahora que lo había hecho se encontraba más feliz y relajada de lo que se había encontrado en mucho tiempo. Cogió de nuevo el teléfono y marcó otro número.
-¿Hola?
-Hola cariño soy yo, te he echado de menos. Ya podemos vernos, ¿qué te parece si quedamos?
-Genial, eso es que ya has terminado lo que te encargué, ¿no? ¿Cuándo te pasas por aquí?
-Sí, acabo de hacerlo. Iré cuando quieras, guapa. ¿Te apetece que nos veamos esta noche?
-Claro que sí, lo estoy deseando.
-De acuerdo Lara, estaré allí a las ocho.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Balcón, parte 4

Mientras se dirigía a la zona de la cocina a preparar el desayuno, pensó en la noche que habían pasado. Sí, fue divertido, una manera genial de conseguir lo que quería. Se miró en el espejo de camino. Ya no llevaba el moño, sino unos rizos que le llegaban hasta la cintura, y después de haberse lavado la cara, tampoco llevaba el maquillaje de la noche anterior. Aún así seguía estando guapísima, no necesitaba pintarse como una puerta para llamar la atención, y sonriendo continuó con sus intenciones.
-Aquí tienes el desayuno, cariño.
-Grac… Pero ¿qué haces con eso?
-¿Esto? Es sólo una pistola pequeñita, ¿no querías tostadas? (*)
-Qué… ¿Qué haces? ¿Por qué?
-Porque eres un cabrón, y no soy la única persona que lo piensa. Gracias por esta noche, ¡y por la cena! Pero habría preferido una pizza.
-Deja de bromear, no puedes matarme, sabes que van a buscarme, mi mujer, mis socios…
-Me da más que igual, y ¿sabes qué? Posiblemente, si pudieses verlo, porque no lo verás, estarás muerto, te darías cuenta de que no haces tanta falta como tú crees…
-¿A qué viene eso? Baja la pistola por favor, deja de apuntarme.
-Mmmm… Dónde te hará más daño… ¿En los pulmones? Uf… Es que a mi ver salir sangre por la boca no me gusta nada… Que desagradable…
-Deja que me vaya, por favor… Te juro que te daré lo que quieras, y no diré nada…
-Que nenazas sois todos… ¿Y si te digo que es de plástico? ¿Qué me dirías? ¿Ya no tendrías tanto miedo?
-¿Es falsa? No me jodas, por favor, que susto me has dado…
Paummmmm!! Lanza un disparo al aire.
-¡Uy! Pues creo que no es de mentira… Me han engañado en los chinos. Entonces tendré que matarte, ¿no? Porque ya que te he amenazado… Sería una pena dejarte escapar.
-No, por favor…
-¿Estás llorando cariño? Jajajaja, que penita das…

jueves, 15 de septiembre de 2011

Balcón, parte 3

-Es muy tarde, ¿qué te parece si quedamos mañana?
-No gracias, no me apetece volver a verte. O vienes hoy, o no vuelvas.
No podía dejar que se fuera, esta era la noche, era el momento. Todo iba como había planeado y no podía permitir que se le escapara. Tenía que convencerle como fuese.
-De acuerdo… Nos tomamos la última y me voy, pero una rápida, ¿eh?
Lo había conseguido.
-Sí, sí, no te preocupes. Tu mujer seguirá pensando que estás de reunión. ¿No sospecha nada? No me lo puedo creer, si estás con tres tias cada la semana…
-No exageres, hacía meses que no salía con nadie. De todas formas, si sospecha algo nunca me ha dicho nada. Supongo que estará demasiado acostumbrada a los lujos como para divorciarnos y quedarse en la calle.
-No creo que se quedase en la calle… Te sacaría todo lo posible. ¿Cómo se llamaba? Laura… Paula…
-Lara. Y no me sacaría nada, tenemos separación de bienes. Por eso no le interesa que nos divorciemos… Y a mí me interesa mantener las apariencias.
-Chico listo. Subes entonces, ¿no?
-Claro, pero diez minutos, ni uno más.
-Por supuesto, no querría retenerte más de lo necesario.
Subieron de nuevo a su casa, y mientras él se servía un whisky ella apareció desnuda delante de él.
-¿Qué te parece?
-Que necesitas tomar un poco el sol, por lo demás… Estás incluso mejor que antes.
-Invítame a tu piscina, como en los viejos tiempos. Así quizás coja un poquito de color. ¿No quieres venir a la cama?
-Creo que no pasará nada si tardo media hora más…
Besos, más besos, caricias, y lo que no son caricias. Y pasó la media hora que había dado de plazo. Y otra media, y otra hora… Empezó a amanecer, y los dos juntos en el balcón vieron llegar el día.
-¿Quieres desayunar? ¿Qué le vas a decir a tu señora?
-Me la pela mi señora. Tráeme un par de tostadas y un café.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Balcón, parte 2

-Bonita casa, no la recordaba así.
-Supongo que cinco años cambian las cosas.
-Y tanto… Estás guapísima.
-Gracias, pero creo que no puedo decir lo mismo de ti. Estás hecho un asco. ¿Un whisky?
La conversación siguió. Hablaron del pasado, del presente, e incluso de algunos planes de futuro. Bebían deprisa y jugaban con las palabras mientras estaban sentados en el sofá, cada vez más cerca el uno del otro, y aunque intentase ser fría, él tenía algo que la atraía demasiado. Su mirada, sus grandes manos… Pero nada de eso iba a hacerle cambiar de opinión, aunque quizás podría divertirse un poco más de lo que tenía planeado.
-¿Qué tal tu mujer?
-Gastando dinero, como siempre. No sabe hacer nada más. Pero mientras me deje tranquilo me sobra.
-Tampoco es un problema, ¿no? El negocio te va bien.
-No puedo quejarme, pero no me apetece hablar de nada de eso. He pensado mucho en ti, aunque no lo creas.
-Alguna oportunidad habrás tenido, cinco años dan para mucho.
-No seas rencorosa, sabes que lo nuestro no iba a ningún sitio.
-¿Más whisky?
-¿Por qué no pasamos del whisky y hacemos algo más entretenido?
-No, gracias, ahora no tengo ganas. ¿Quieres cenar?
-Bueno… Posiblemente así se te abra otro tipo de apetito. ¿Qué hay de cena?
-Nada, ¿dónde me invitas?
-Sigues teniendo la misma cara que antes… Vamos, anda.
La llevó a cenar a un restaurante lujoso, de esos en los que los nombres de los platos son ininteligibles, las raciones mínimas, y los precios excesivos; suerte que él era un “caballero” e invitase.
“Sabía que no me haría falta cocinar… Que simples son los hombres.”
Después de la cena se pasaron por un pub y tomaron un par de copas hasta que él dijo que era demasiado tarde y que su mujer iba a sospechar.
-¿No quieres volver a mi casa?

martes, 13 de septiembre de 2011

Balcón, parte 1

Y al entrar y cerrar tras de sí la puerta de su casa le aterraron las dudas. ¿Seré capaz? ¿Vendrá? ¿Podré conseguirlo?
No paraba de preguntarse si lo que rondaba su cabeza eran solo unas hipótesis imposibles, o se convertirían finalmente en realidad. Había estado preparando ese momento durante tanto tiempo, que con sólo cerrar los ojos lo veía reflejado en sus párpados cómo si se tratase de una película reflejada en una pantalla de cine. Su casa no era grande, y en una misma estancia se unían la cocina, el dormitorio y el salón. Lo único reseñable era el pequeño balcón con vistas al mar en el que tenía una mesa y un par de sillas rodeadas de flores de todos los colores. No era la casa de sus sueños, y tampoco estaba orgullosa de la manera en que había conseguido pagarla, pero al menos podía pensar que ninguna hipoteca la llevaría a la quiebra. Había preparado su gran momento para esa noche y a medida que se acercaba la hora prevista, mientras se arreglaba se sentía más segura de lo que iba a hacer. Sonreía sentada frente al espejo pintándose los labios. Sus ojos tenían un tono azul tan intenso que cualquiera que los mirase quedaría totalmente embrujado, y sabía exactamente cómo utilizar sus armas para conseguir a cualquier hombre que le interesase. Recogió su melena en un moño mientras se miraba desnuda en el espejo. Los nervios se disipaban cuando se dirigía hacia el vestido negro que se iba a poner. Estaba absolutamente radiante, nada podría con ella esa noche; nada ni nadie.
Preparó la mesa del balcón con un par de platos y dos vasos de whisky. No puso mantel, no le haría falta, no pensaba cenar a pesar de haber colocado los platos, y puso un CD de rock para relajarse antes de que llegara su cita. Bailó mientras repasaba una y otra vez en su cabeza lo que iba a hacer unos minutos después, y esperó a que sonara el timbre. Entonces cambió de disco y puso uno de música chill out que le habían regalado, que aunque no le gustaba nada, daba un toque relajado al ambiente, y eso le vendría bien.
Entró por la puerta un hombre alto, atractivo, que tendría unos 10 años más que ella. Le saludó con un beso, y mientras cerraba la puerta se deleitó a sí misma con una mueca de asco y una sonrisa que no daría a entender ninguna buena intención.